Texto: Laura Jiménez
Fotografía: Germán Espinosa
PUBLICACIÓN: 31-jul-2022
Papantla está ubicado al norte de Veracruz, a 270 kilómetros de su capital. En distintas comunidades de la región, el aroma a vainilla es sólo un recuerdo, o el relato de un abuelo ante el ahora penetrante olor a hidrocarburo.
En 1957 llegó Pemex a la comunidad Rafael Rosas con los hallazgos de los pozos 7 y 11. Desde entonces ocho derrames han afectado la parcela de la familia Domínguez, el más reciente sucedió el mes pasado, lo que no sólo ha provocado la pérdida de las cosechas, sino que con el paso del tiempo la tierra se ha vuelto seca y estéril.
Los naranjos han dejado de desprender aromas cítricos para convertirse en esferas negras y duras cargadas de derivados del petróleo.
La compañía del gobierno mexicano les entrega un pago por los plantíos dañados, pero los agricultores saben que están subvalorados.
El señor Emilio Domínguez Hernández lamenta el silencio de la población ante el problema, y considera que este se debe a la intimidación que padecieron años atrás, cuando el Ejército se presentaba para sofocar los reclamos.
La vainilla la pagaban a 5 pesos la mata; si no tenía fruto no la pagaban. El gestor traía soldados y todos se asustaban. Los reportes eran por 30 o 50 pesos. La vainilla luego tarda tres años para darse, y tiene que ser húmeda la tierra. Un naranjo dura 50 años y vale 50 mil pesos, y te dan mil”.
Los cultivos destruidos por Pemex son pagados por la petrolera a precios muy bajos.
Foto: Germán Espinosa
“Este no es un país justo”, sentencia don Emilio, de 74 años, que ha dedicado su vida al campo.
“Antes esta tierra era suavecita; ahora es dura y no sirve para trabajar, y eso Pemex no lo reconoce. Está todo contaminado”.
Donde antes había árboles frutales de guanábana, zapote chico, lichi y se sembraba jitomate, chile y maíz, ahora está seco o lleno de aceite. Las tierras se muestran negras. Con el paso del tiempo los hidrocarburos de los pozos 7 y 11 se han infiltrado en la tierra, en los pozos de agua y en el aire de los pueblos de Papantla.
Veracruz es el estado más afectado por sitios contaminados en México, con 322, de los cuales 315 padecen presencia de hidrocarburos. Pánuco, Papantla, Coatzintla y Tihuatlán concentran casi una cuarta parte de los sitios contaminados del país.
Para muchos de los pobladores de Papantla, Pemex dejó de ser una oportunidad de progreso para convertirse en una maldición de vida.
En este lugar los problemas se suman pueblo con pueblo.
A 30 kilómetros del terreno afectado de la familia Domínguez, en la comunidad de Emiliano Zapata, la maestra Olga Lidia Pérez recuerda el derrame de aguas congénitas en 2014: sacaban petróleo del arroyo de agua y brotaban peces, tortugas y “perros de agua” muertos.
“Vinieron los de Pemex a controlarlo pero ya no quedó igual. Hay una historia larga de lo que ha venido pasando aquí. Todo me ha tocado vivir”, narra.
En Emiliano Zapata, desde 1966, han sucedido explosiones. Yo recuerdo que cuando era niña por los arroyos pasaba lumbre. Conozco en El Chote a unas personas que quedaron marcadas porque se quemaron con el derrame cuando eran niños”.
Además de aquel incidente, la población presenta secuelas por el ruido que generan las diversas líneas de Pemex, como un quemador que en ocasiones su flama alcanza los 50 metros de altura.
“Se escuchaba como si fuera un avión cerquita, las ventanas vibraban y se cuarteaban los cristales de las casas”, recuerda.
La maestra Olga relata que los trabajadores de la empresa estatal alertaron a la comunidad sobre el gas metano. Los habitantes pueden percibir todas las noches el olor y su salud se ha visto comprometida por la misma razón, ya que han presentado mareos, crisis nerviosas, dolores de cabeza y migrañas.
“La garganta se cierra por el olor a gas. Dicen que otra consecuencia es el cáncer. A mi vecina le dijeron que tenía que irse porque tenía riesgo de aborto, sangraba mucho. Los trabajadores le dijeron que su bebé podría tener malformaciones. Aquí nos han querido desplazar. Nos dijeron que si pasa algo Pemex no va a pagar porque ya está expropiado”, explica.
En más de una ocasión la comunidad se ha manifestado contra los daños que ha causado Pemex en la zona, pero no han obtenido soluciones.
Existen actas en la agencia porque Pemex ha hecho compromisos y no ha cumplido”, señala la agente municipal de Emiliano Zapata, Galvina Velázquez.
Pozos de agua de comunidades de Veracruz se han llenado de aceite.
Foto: Germán Espinosa
Otro caso. Desde hace 30 años catorce familias obtenían agua de un pozo artesiano en la propiedad de Mario Olaya, pero el 9 de mayo el suministro del que dependían se contaminó por una fuga de hidrocarburo.
Con los arroyos contaminados y ahora los pozos, la comunidad se ha visto en la obligación de comprar agua para abastecer y cubrir sus necesidades básicas, situación que no es fácil ante los escasos recursos económicos.
Del 11 al 14 de julio la Agencia de Seguridad, Energía y Ambiente (ASEA) realizó una visita en Papantla. Acudió al pozo 223, Santa Agueda, donde impusieron siete medidas de urgente aplicación para realizar limpieza o remoción de árboles impregnados con hidrocarburos, así como reacomodar las barreras de contención en los arroyos para evitar el desplazamiento del material por su cauce.
Las comunidades totonacas cercanas a los pozos petroleros, en Papantla, se debaten entre verse desplazados o resistir en defensa del territorio pese al ruido, los incendios, explosiones y derrames de hidrocarburo que contaminan la tierra y el agua.
La preocupación y exigencia porque Pemex asuma su responsabilidad mediante acciones de prevención, mantenimiento y reparación del daño a las personas afectadas parte de agentes municipales, del Congreso Nacional Indígena (CNI) y de las comunidades aledañas.
Oscar Espino Vázquez, integrante del Congreso Nacional Indigena, refiere que miembros del CNI hablaron con la empresa estatal sobre los daños a la comunidad.
"La respuesta de Pemex fue soberbia, dijeron: ‘Es más fácil sacar a la comunidad, a todos los pobladores, que sacar las instalaciones de los ductos y de la industria de hidrocarburos’. Entendimos que lo que quieren es sacarnos. Pero el abuelo Felipe habló de resistencia.Vamos a tratar de recuperar esto que nos enfermaron, qué es la tierra y sus elementos. Nuestra tarea es ser guardianes", plantea Oscar.
Los abuelos Alejandrino, Pedro, María, sabios en su comunidad, narran un sitio alejado de la realidad de sus pequeños nietos. Cuentan que ahora es difícil escuchar a las deidades del agua, de la tierra y del aire, debido a la contaminación. Las épocas de pesca en los arroyos y la posibilidad de bañarse en esas aguas quedó atrás.
Nos quitaron nuestra lengua, nuestras ropas y las tierras. Nos dejaron en las sierras y ahora envenenan la tierra y el agua", lamenta el abuelo Alejandrino.
Foto: Germán Espinosa