El sarampión en la lupa
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La infección
por sarampión
se transmite mediante gotículas que se dispersan por el aire. Los síntomas iniciales son similares a los de la gripe: fiebre, tos intensa y secreción nasal. Después, sobreviene una erupción cutánea que se extiende por todo el cuerpo.
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El sarampión
no es
exclusivo
de la infancia; cualquier persona no vacunada puede contagiarse. La enfermedad dura aproximadamente 15 días, pero puede dejar secuelas graves, como problemas auditivos o encefalitis. Otros riesgos son neumonías y cuadros de diarrea grave, que incluso pueden llevar a la muerte.
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Otra
de las
consecuencias
del sarampión que los científicos han detectado es que debilita el sistema inmunológico durante años. Estudios recientes han demostrado que las personas que padecen sarampión sufren una disminución significativa en su sistema inmune.
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Antes de
que se
introdujera
la vacuna contra el sarampión en 1963 y se optara por la vacunación generalizada, aproximadamente cada dos o tres años se producían epidemias importantes que causaban alrededor de 2.6 millones de muertes cada año.
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En 1990
es cuando
se decide
ampliar la cobertura a dos dosis en nuestro país, pues hubo millones de casos a nivel global, una pandemia de sarampión por la que mucha gente fallece. A partir de 1991 se aplican dos dosis y el virus empieza a dejar de circular de manera significativa cinco años después.
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En nuestro
país se
han hecho
estudios epidemiológicos para detectar que poblaciones son las que presentan más baja en anticuerpos y los grupos más vulnerables son los menores de cinco años, es decir poblaciones no vacunadas durante y después de la pandemia; pero también adultos de 20 a 40 años.
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Los casos
detectados
en personas
mayores de cincuenta años son extremadamente bajos, pues estos individuos ya habían nacido en los momentos de mayor circulación del virus por lo que probablemente en algún momento de su vida entraron en contacto con el microrganismo y adquirieron inmunidad.