Entre el cielo y el suelo

El reciente lanzamiento del cohete New Shepard, Misión NS-31 de la compañía Blue Origin, nuevamente deja sobre la mesa el tema del impacto ambiental del turismo espacial. Treinta misiones turísticas al espacio se han realizado en los últimos cuatro años.Tradicionalmente, la industria espacial no era una gran preocupación climática pues emitía menos del 1% del CO2 anual en nuestra atmósfera, pero las estimaciones subrayan que esta industría podría crecer alrededor del 20 % por ciento anual durante la próxima década.

¿Todos abordo?

Cada uno de los pasajeros de estos vuelos espaciales puede tener una huella de entre 50 y 75 toneladas de CO2 emitidas en cuestión de minutos. Los cohetes de Blue Origin emplean oxígeno e hidrógeno líquido como combustible, pero no se trata de materiales inocuos, las emisiones de vapor de agua pueden impactar notablemente en la mesosfera y la ionosfera, dos capas mucho más altas de la atmósfera. Los vapores emitidos por los cohetes, aunque sean menores, tienen un impacto 500 veces más grande que lo expulsado por los aviones.

Alto impacto

Dos terceras partes de las emisiones de estos vuelos suborbitales turísticos sin finalidad científica se quedan en la estratosfera y en la mesosfera, entre los 12 y los 80 kilómetros de altura y se pueden quedar ahí hasta tres años, mucho más tiempo que emisiones de aviones comerciales en las capas bajas de la atmósfera. Los lanzamientos espaciales también inyectan partículas en la estratosfera que absorben y reflejan la energía solar, calentando la estratosfera mientras se enfría la superficie. Estos cambios térmicos también conducen al agotamiento de la capa de ozono.

Retos