Son las 11 de la mañana y el sol se muestra arrogante. Roxana, una colombiana de 22 años, empuja una pequeña carriola rosa en la que traslada a su hija Aitana, de apenas un año. Cubre con un suéter negro la superficie plástica de la carriola para aminorar la temperatura que ronda los 34 grados. Avanzan sobre la carretera costera de Chiapas rumbo a Oaxaca. Lo hacen inmersas en el anonimato de una caravana migratoria formada con familias de Centro y Sudamérica que anhelan llegar a Estados Unidos.
El grupo de personas es difícil de contar, tal vez unas 300, entre ellas padres, madres, jóvenes, adultos mayores, niños, niñas, bebés transportados en carriolas o en hombros. Caminan dispersas sobre el costado lateral izquierdo de la carretera. Es lunes 7 de octubre y se ven agotadas.
Foto: Valente Rosas
Roxana fue secuestrada y extorsionada a las afueras de Tapachula, Chiapas.
Foto: Valente Rosas.
Roxana está de acuerdo en estar aquí, aunque esta no era su idea inicial. Ella planeaba hacer el recorrido en autobús, pero tres días antes, al salir de Tapachula, unos hombres armados detuvieron el transporte en el que viajaba, preguntaron por los migrantes a bordo y el chofer no dudó en señalarla.
“Te bajas o te bajo de los pelos”, amenazó uno de los armados.
La obligaron a subirse junto con su hija a una motocicleta rumbo a una zona despoblada. Después la condicionaron a pagar 300 dólares a cambio de su libertad. Le dijeron que por cada media hora que tardara en conseguir el dinero la cuota aumentaría.
“Yo le pedía: ‘por favor, por favor, no quiero que le pase nada a mi hija’. En el camino me entró una angustia, sentía que me ahogaba con el aire porque iba a mucha velocidad, y casi me caigo de la moto”, recuerda.
Roxana logró contactar a familiares en Estados Unidos, y ellos realizaron el depósito para pagar la extorsión. Antes de liberarla, los traficantes la forzaron a grabar un video en el que contaba cuánto había pagado; también aseguraba que no había sido golpeada por sus captores. Los delincuentes le dijeron que la grabación era una garantía para que no fuera detenida nuevamente.
Una vez liberada, caminó durante horas por las afueras de Tapachula, hasta que encontró a unos venezolanos que la invitaron a unirse a la caravana, la primera que se realiza durante el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum.
En este grupo abundan los relatos de secuestros, extorsiones, abusos de poder y retenciones ilegales. Aseguran que caminar en grupo les protege del crimen y de las autoridades migratorias mexicanas, sin embargo, el paso es lento. En dos días han avanzado 70 kilómetros, un trayecto que en automóvil se recorre en 90 minutos. La meta es llegar a Arriaga, la última ciudad chiapaneca antes de entrar a Oaxaca, a más de 235 kilómetros de distancia.
Si continúan al mismo ritmo, les tomará otros seis días llegar a su destino.
Unas 300 personas de diversas nacionalidades caminan sobre la carretera costera de Chiapas. Es la primera caravana migrante que se realiza en el gobierno de Claudia Sheinbaum. El objetivo final: llegar a los Estados Unidos.
Foto: Valente Rosas
Zona en conflicto
La región del Soconusco, en el sureste de Chiapas, inicia en la frontera sur con Guatemala, en el municipio de Suchiate. Atraviesa Tapachula, Huixtla, Villa Comaltitlán y Escuintla hasta llegar al Istmo Costa, en el norte de Chiapas. Esta es una de las rutas más utilizadas por las personas migrantes que llegan a México. Por aquí pasa la carretera costera que bordea el Océano Pacífico y es también el camino por el que avanza la caravana.
En los primeros días de octubre de 2024, sobre esta ruta asesinaron a ocho migrantes. A seis personas las mató el Ejército tras presuntamente confundirlas con integrantes del crimen organizado, y otras dos fueron halladas asesinadas a balazos en un sembradío de caña.
La Guardia Nacional ha triplicado su presencia en la frontera sur de México. El objetivo militar es incrementar el control migratorio. Crédito: Valente Rosas.
Foto: Valente Rosas
Entre 2019 y 2022, primera mitad del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el despliegue militar se triplicó en la zona: pasó de cinco mil militares a casi 14 mil soldados en la frontera de Chiapas con Guatemala.
La violencia en el Soconusco también ha crecido. Desde 2021, esta región enfrenta una intensa disputa por las rutas del tráfico de drogas y el tráfico de personas migrantes entre el Cártel Jalisco Nueva Generación y el Cártel de Sinaloa.
Los militares y el crimen organizado coexisten en este complejo territorio; unas veces se enfrentan a balazos, otras sólo se vigilan mutuamente, como sucede en los retenes migratorios que ha instalado la Guardia Nacional, sitios donde hombres en motocicletas y radios en mano vigilan los movimientos de los militares y el flujo de personas migrantes.
El Suchiate, Víctor y La Patrona
Víctor pagó a un grupo delictivo en Guatemala para que lo cruzara en balsa por el río Suchiate, y después lo transportara en combi a Tapachula, Chiapas. Foto: Valente Rosas.
Víctor descansa bajo la sombra de un árbol a la orilla de la carretera. Lo hace mientras espera al resto de los integrantes de la caravana. La estrategia de este venezolano de cuatro décadas es caminar de prisa, tomar la delantera del grupo y, más tarde, esperar a ser alcanzado por sus compañeros mientras reposa y se hidrata.
Dejó su patria en 2017, cuando la crisis política y económica de Venezuela se volvió insostenible para él. Decidió, junto con su familia, probar suerte en Brasil, sin embargo, no lograron viabilidad económica y la familia se dividió: su esposa se fue a trabajar a España, su hija se quedó a estudiar en Curitiba, y él decidió emprender este sinuoso camino.
“Yo sé que estoy en un territorio minado de cárteles por todos lados; para poder venir de Guatemala a Tapachula nos trajeron así, los cárteles”, relata.
El venezolano pagó 100 dólares a un grupo de traficantes en Guatemala que se hace llamar La Patrona. Le tomaron una fotografía y estamparon en su brazo un sello negro. Más tarde lo subieron a una balsa para librar el Río Suchiate. Al llegar a México lo identificaron por la fotografía y por la marca.
“¿Tú eres el venezolano que viene con La Patrona?”, le preguntaron unos hombres que lo esperaban en Ciudad Hidalgo, la primera ciudad mexicana al cruzar el Río Suchiate desde Guatemala.
En este lugar, el tráfico de migrantes fluye con rapidez y a la vista de Migración y de la Guardia Nacional, esta última con un campamento permanente a la orilla del río. Frente al punto militar suceden tres actividades cotidianas: el tráfico de personas indocumentadas, el cruce en balsas de habitantes fronterizos y el tránsito regular por el Puente Internacional.
Los traficantes aprovechan los pilares de esta plataforma de conexión para ocultar las balsas que transportan hasta 15 migrantes cada una. En menos de 10 minutos pasan de Guatemala a México.
Medio centenar de personas migrantes cruzan en balsas el Río Suchiate.
Foto: Valente Rosas
Una vez que Víctor pisó Ciudad Hidalgo los traficantes lo subieron a una combi que lo trasladó a Tapachula, Chiapas, a unos 50 minutos en auto. Allí buscó trabajo mientras intentaba obtener una cita para solicitar asilo en Estados Unidos a través de la aplicación CBP One. Pasó un mes y no consiguió ni la cita ni el empleo, por eso decidió caminar hasta Ciudad de México, lugar donde vive una sobrina que le ayudará en su travesía.
Personas migrantes abordan una balsa en la orilla del río Suchiate en Guatemala.
Foto: Valente Rosas
Ya han pasado 25 minutos desde que Víctor se sentó a descansar bajo la sombra del árbol y la caravana se halla a unos metros de alcanzarlo, por eso ha decidido levantarse, cubrirse el rostro con una gorra oscura, echarse encima un par de mochilas de viaje y continuar su caminar sobre la carretera.
La caravana migrante acampa en la plazuela de Escuintla, un pequeño municipio a un costado de la carretera costera.
Foto: Valente Rosas.
Violenta separación
Pasadas las dos de la tarde los integrantes de la caravana llegan a Escuintla, una pequeña ciudad de 30 mil habitantes que se ubica a un costado de la carretera costera, a 73 kilómetros de Tapachula. Se instalan en el Parque Central del municipio, debajo de una techumbre que los protege de una ligera lluvia que refresca la tarde. Acomodan cartones, bolsas negras de plástico o colchonetas delgadas para recostarse sobre la cancha de concreto. Se ven exhaustos. Duermen por más de dos horas en el lugar y, una vez que han recuperado energías, se dispersan en busca de comida, agua, recargas telefónicas y tiendas de servicios financieros para recibir transferencias de dinero. Algunos encuentran un baño público y toman turnos para asearse con agua del lavamanos.
Entre las calles del sitio, se ve a una mujer con cuatro meses de embarazo preguntar con desespero por un cuarto de renta. Su nombre es Yessi y ha decidido abandonar la caravana. Las cosas no le han salido bien desde que llegó a México. Está agotada y el dolor de las ampollas en los pies le impiden seguir caminando.
La mujer de 25 años, originaria de El Salvador, fue detenida por Migración apenas llegó a México, a las afueras de Ciudad Hidalgo. Ella asegura que las autoridades la engañaron, la separaron de sus amigos y la mantuvieron incomunicada.
“La llevan a una a la cárcel. Sí, es como una cárcel. Nos tuvieron incomunicados por 24 horas. Un trato feo. Todo lo que nos daban de comer eran cosas sin sal, sin sabor”, narra.
La cárcel a la que se refiere Yessi es la Estación Migratoria Siglo XXI, en Tapachula, Chiapas, considerada la más grande de Latinoamérica, con capacidad para 960 personas. Las altas bardas con alambre de púas que rodean la estación se asemejan al perímetro de una prisión.
Testimonios recabados para este reportaje coinciden en que en este lugar los migrantes son encerrados de forma temporal por no haber entrado legalmente al país, y posteriormente separados sin importar sus vínculos sanguíneos. Al ingresar les confiscan los celulares y les imposibilitan la comunicación entre ellos.
Personas migrantes buscan a sus familiares en la estación Siglo XXI. Las autoridades no les brindan información.
Foto: Valente Rosas.
Entre 24 y 32 horas después, los migrantes son liberados para que inicien sus trámites de regularización en el territorio mexicano. A unos, en contra de su voluntad, los envían a un albergue, a otros los excarcelan fuera del centro migratorio, y a otros más los trasladan en autobuses a retenes migratorios ubicados en las afueras de Tapachula, desde donde parten en camiones hacia Tuxtla Gutiérrez.
Este traslado se convierte en una pesadilla para buena parte de los migrantes, pues algunas familias son movilizadas sin el total de sus integrantes y sin brindarles información certera sobre su ubicación y destino.
Las personas migrantes son trasladadas en autobuses a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, para desfogar la concentración en Tapachula.
Foto: Valente Rosas.
En un estudio elaborado por el Grupo Impulsor Contra la Detención Migratoria y la Tortura, colectivo formado por más de 10 organizaciones de derechos humanos, se advierte que las estancias migratorias exponen a las personas a tratos crueles, inhumanos o degradantes y, en algunos casos, a torturas.
Activistas entrevistados coinciden que estas prácticas arraigadas de las autoridades migratorias buscan llevar a las personas al extremo, romper su voluntad y orillarlas a desistir de su travesía.
Dos mujeres venezolanas asean a sus bebés mientras esperan información sobre el paradero de sus esposos afuera de la estación Siglo XXI.
Foto: Valente Rosas.
Este día, en Escuintla, Yessi no cesa en su búsqueda y encuentra un cuarto para renta por cinco mil pesos semanales, sin embargo, no le alcanza el presupuesto. En el camino de vuelta a la plaza, sus amigos le recomiendan descansar y meditar su salida de la caravana. Al llegar, ella coloca un cartón en el piso de concreto de la plazuela y se recuesta a descansar. Son las seis de la tarde.
Autoridades, parte del problema
América Pérez, coordinadora del Servicio Jesuita de Apoyo al Refugiado en Tapachula, denuncia que el gobierno implementa una estrategia para desgastar a las personas migrantes.
Las autoridades les permiten avanzar por Chiapas para desfogar a Tapachula de la concentración migratoria, pero al llegar a Oaxaca son detenidos y regresados de nuevo a la frontera sur. El ciclo se repite como un bucle.
“El discurso de migración es que rescata a las personas, ¿no? La realidad es todo lo contrario. La migración se controla, se retiene. Es una estrategia de cansarlos. Una estrategia de desgaste”, acusa la activista.
Militares de la Guardia Nacional vigilan en un retén migratorio a las afueras de Tapachula.
Foto: Valente Rosas.
Enrique Vidal Olascoaga, director del Centro de Derechos Humanos Fray Matías de Córdova, con sede en Tapachula, acusa que la militarización de la política migratoria mexicana criminaliza a las personas migrantes y favorece una economía ilegal que beneficia al crimen organizado y a las autoridades coludidas.
Vidal lo ejemplifica con la ley de la oferta y la demanda: al aumentar los retenes militares se incrementa el costo de las rutas clandestinas y, con ello, incrementa el riesgo de morir en el trayecto.
“Con las restricciones en la política migratoria, quien más pierde son las personas en movilidad. Por otro lado, a quien más beneficia es a una economía criminal. Las personas tienen que pagar más dinero para evadir los controles migratorios militares. Pagan con sus ahorros, con su cuerpo cuando no hay dinero para pagar el derecho de paso y, finalmente, pagan con su vida”, denuncia el activista.
Foto: Valente Rosas
Respiro en el camino
Son las 8 de la noche y las familias de la caravana que se hallan reunidas en la Plaza Central de Escuintla se observan agotadas. Hoy caminaron por más de 10 horas, desde las cuatro de la mañana hasta las dos de la tarde. Al centro de la reunión se encuentra José, un joven venezolano de 26 años que se convirtió en el líder del grupo migratorio. Esta es la tercera ocasión que él intenta subir a la Ciudad de México, las dos veces anteriores fue detenido en Oaxaca por autoridades de Migración y regresado a Tapachula.
Cuenta que, apenas 10 días atrás, la caravana se formó en el Parque Central de Tapachula. Allí conoció a otros migrantes y acordaron avanzar juntos. La voz se corrió de forma intempestiva y se sumaron decenas de personas hasta alcanzar los cientos que hoy caminan unidos.
“No tenemos otra opción más que la caravana; nos montamos en una combi y lo que hacen es entregarnos al cártel. De esta forma vamos todos juntos y los tratamos de evitar. Siempre vamos pendientes de cómo está el movimiento de motos, de carros que se ven sospechosos”, explica el sudamericano.
La noche avanza y deben decidir si continúan la caminata durante la madrugada o descansan un día entero en Escuintla. José sube al escenario de la plaza y se coloca frente a la multitud. Les pide llegar a un acuerdo entre todos; sugiere votar a mano alzada.
Mujeres con hijos alegan que la caravana se separa demasiado, que los hombres más veloces caminan al frente y dejan atrás a las familias y a los adultos mayores. La discusión sube de tono. Se enfrentan los jóvenes solitarios contra las familias cansadas. Un pequeño grupo quiere seguir avanzando, pero la mayoría se niega. Levantan la voz, hablan al mismo tiempo y sólo se escucha una bulla. Pareciera que en cualquier momento esto se va a salir de control.
De pronto, la voz de José sobresale entre todas: “Esto es una caravana, no una maratón”. Los migrantes estallan en carcajadas y aplauden. Está decidido, hoy descansan un día más en Escuintla, ya mañana será otro día.