Un mar de historias
Cuando observamos el paisaje a través de la lente de la paleontología, nuestra imaginación se dispara. ¿Cómo era la vida aquí? ¿Es posible que estemos caminando sobre el antiguo hogar de gigantescos tiburones como el Squalicorax, junto con otras criaturas como el Pachyrhizodus y el Ichthyodectes? Según Jesús Alvarado Ortega, investigador del Departamento de Paleontología del Instituto de Geología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), esta zona es de suma importancia para los paleontólogos, ya que marca el punto de unión de dos cuerpos marinos.
Miguel Domínguez Acosta, jefe del Departamento de Ingeniería Civil y Ambiental de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), comparte esta opinión y afirma que tener en nuestro propio patio la Sierra de Juárez es sumamente interesante desde el punto de vista geológico, además de ser un excelente laboratorio. Domínguez ha presenciado los hallazgos de sus alumnos, que van desde fósiles de madera y ostras hasta huellas de dinosaurios.
Diente de tiburón encontrado por estudiantes de la UACJ en la Sierra de Juárez se encuentra en exhibición en el Laboratorio de Geología de la misma universidad. Foto: Juan Antonio Castillo
Cada piedra impresa cuenta una historia perteneciente a un escenario pasado, según nos cuenta el geofísico Óscar Sotero Dena Ornelas, investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Con 4.6 mil millones de años de existencia, nuestro planeta ha experimentado cambios en su tectónica y formación de continentes y mares a lo largo del tiempo.
Mientras salimos al vasto desierto conocido como el Gran Desierto Chihuahuense en la actualidad, debemos recordar que en el período Jurásico (hace 201 millones de años), esta tierra era un mar tropical poco profundo conocido como el Mar de Tetis. Según el Dr. Jesús Alvarado Ortega, este mar, cuyo nombre rinde homenaje a la diosa griega del mar Titánide, se formó como una gran bahía en el período Triásico y eventualmente se expandió hacia el oeste, llegando hasta el territorio norteamericano y abriéndose hacia el antiguo océano Pacífico.
Para completar la imagen de lo que fue este valle en el pasado remoto, debemos escuchar las palabras de Thomas Schiller, experto en recolección y documentación de material fósil de vertebrados del período Cretácico-Paleógeno. Durante esta época, la región del sur de Texas y el norte de México experimentó cambios geológicos que definieron el paisaje tal como lo conocemos hoy en día.
Schiller, instructor de la Universidad Sul Ross en Texas, explica que después de los movimientos de las antiguas placas tectónicas y la formación de varias cuencas en la región durante la primera etapa del Cretácico, se desarrolló la Vía Marítima Interior (Western Interior Seaway). Este cuerpo marino, que se expandía y contraía durante cientos de miles de años, cubría parte del continente americano, desde el sur de México hasta el centro-noreste de Estados Unidos, Canadá y el sur del Ártico.
En la zona norte de México, entre Coahuila y Chihuahua, así como en el área de Big Bend en Texas, se han descubierto poblaciones únicas de animales y plantas que solo podrían haber existido gracias a las condiciones climáticas de la región. Entre los fósiles encontrados en esta zona se encuentran caracoles, calamares con concha y numerosas especies de reptiles marinos, como el Mosasaurio (Mosasaurus), pariente cercano de las serpientes y uno de los principales depredadores de la época, con contaba con una longitud de entre 8 y 15 metros, un peso de hasta 15 toneladas y una velocidad de nado de hasta 50 kilómetros por hora.
Alvarado nos recuerda que para comprender nuestro presente, es necesario entender nuestro pasado y con está óptica, el análisis de la vida adaptada a la geografía le ha revelado una historia peculiar. Durante el inicio del período Jurásico, hubo una realineación de las placas tectónicas que provocó un aumento en los niveles de agua en el supercontinente llamado Pangea. Los continentes se separaron, los océanos entraron en escena y se formó el océano Atlántico. En ese momento, Centroamérica aún no existía y la parte tropical era un estrecho corredor, lo que dejó al Golfo de México conectado con la Vía Marítima Interior Occidental.
Esta separación, explica Alvarado, ocurrió cuando el antiguo continente se partió de este a oeste, separando Europa y Norteamérica, y también separando África de Sudamérica.
Uno de los habitantes notables de esta región fue el Xiphactinus, un pez prehistórico de apariencia feroz, con grandes dientes y poderosas mandíbulas. Además, se han descubierto fósiles de ancestros directos de los tiburones en proporciones gigantescas, como el Squalicorax. Según los estudios realizados por el paleontólogo de la UNAM, estos tiburones y reptiles marinos tenían una distribución más al norte y ocupaban territorio estadounidense, mientras que en el lado mexicano existían organismos similares que se desarrollaron en una zona más tropical, con una relación más directa con las formas europeas.
A medida que algunos organismos vieron reducida su diversidad, otros grupos comenzaron a florecer y establecieron vínculos directos con las faunas modernas. Alvarado afirma que podemos decir que durante el período Cretácico, se produjo la composición faunística que aún prevalece en la actualidad. Sin embargo, este período llegó a su fin después de 65 millones de años, marcado por un evento de extinción masiva causado por el impacto del meteorito de Chicxulub en el actual Yucatán, en el sureste mexicano.
Este evento provocó una mortalidad masiva que quedó registrada en los fósiles encontrados en las rocas. Muchos organismos más antiguos desaparecieron, y las rocas formadas después de este evento contienen fósiles de una naturaleza diferente. Los dinosaurios y otros antiguos representantes de la vida marina, como el famoso Xiphactinus de Kansas, desaparecieron para siempre, pero su existencia quedo plasmada como una radiografía en piedra en yacimientos rocosos encontradas hoy en dia.
Origen de los camellos: un hallazgo en América
Las montañas Franklin de la ciudad de El Paso son una de las pocas zonas en el mundo donde se han hallado fósiles y rocas correspondientes a los siete periodos de la era Paleozoica en un solo lugar, afirma Carey-Whalen. Según el catedrático y actual director del museo local, es habitual que los habitantes de la ciudad encuentren conchas marinas y otros fósiles en sus propios patios.
A pesar de que el museo se centra en la vida y cultura del Gran Desierto de Chihuahua, su sala de paleontología expone fósiles de diversas eras geológicas. Entre estas se destacan amonitas gigantes, conchas, peces, plantas, y restos de mamiferos terrestres como los tigres dientes de sable y mamuts.
Uno de los hallazgos más significativos del fundador del museo fue una mandíbula fosilizada de camello, descubierta en el punto más alto de la montaña Franklin a mediados del siglo XX. Más tarde, también logró recuperar huesos fosilizados de caballos, lo que demuestra la presencia de estas especies en América mucho antes de que aparecieran en el Medio Oriente, África y Asia.
"Se cree que los caballos y otras especies migraron hacia el Norte, luego cruzaron por el estrecho de Bering y es por ello que estas especies desaparecieron de nuestro continente", explica el director del museo. La geografía de la región ha sido, durante millones de años, una pieza clave para la migración de diversas especies.
Celebremos nuestras montañas
Óscar Sotero Dena, doctor en Ciencias Geológicas e investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ), enfatiza la necesidad de difundir el conocimiento y la apreciación de nuestro entorno geológico.
Cita como ejemplo la ciudad de Albuquerque, donde el característico "Pico de Sandía" se ha transformado en un geoparque que atrae a la población local con senderismo, teleférico, restaurantes y miradores. "Todo eso fomenta que la gente de la región se acerque a sus montañas", señala.
También la Universidad de Texas en El Paso (UTEP) celebra anualmente "Celebramos nuestras montañas", una iniciativa que incluye visitas a la Sierra de Juárez, Samalayuca, Sierra del Presidio y la Montaña Franklin. "Todas estas expresiones geológicas no tienen fronteras y deberíamos celebrar que están más cerca de nosotros que nosotros de ellas", añade.
Sotero Dena propone que la Sierra de Juárez sea reconocida como parque geológico, un espacio para caminar, hacer senderismo, y que permita a los biólogos estudiar la flora regional y evaluar su potencial para la recarga de acuíferos.
El investigador resalta que la ciudad necesita más opciones de recreación que no estén necesariamente asociadas con el consumo de alcohol. Sin embargo, reconoce los retos que enfrenta la región: "Ahora es complicado caminar en la sierra, tanto por los accidentes orográficos que tiene de facto, como por la presencia de personas con conducta antisocial". Su propuesta aboga por la creación de senderos seguros que faciliten el acceso y promuevan un mayor respeto y aprecio por nuestro patrimonio geológico.